Todas las máquinas pueden tener un error. Eso es obvio. Pues la inspección en las líneas de producción fue el primer inicio de la calidad tal y como la conocemos hoy. De ahí se pasó a la capacidad de construir normas basadas en la racionalización de los procesos de inspección. Y la calidad sirvió para que Alemania y Japón, después de la Segunda Guerra Mundial, recuperaran el liderazgo, asociándolo al concepto de calidad.
La calidad debe ser certificable por una tercera parte, lo que sirve para construir confianza, el mejor catalizador del progreso y el desarrollo, dijo Brito. Y añadió, citando a Phil Crosby, a uno de los gurús de la calidad en el siglo XX, que “la calidad no debe ser controlada, debe ser causal”. Se trata de “causar en vez de controlar”, insistió.
Al cumplirse el 60º aniversario de AEC, Brito tiene la sensación de estar al principio y no al final del proceso. ¿Por qué? Por el nuevo entorno. Por el actual mundo hiperconectado e hipercompetitivo, donde algunos países ya viven el Gran Hermano, donde el metaverso está a la vuelta de la esquina o donde Europa está perdiendo el liderazgo industrial. Eso presenta nuevos desafíos, también para la calidad, estimó. “La calidad es emocional para lo bueno y para lo malo. La emocionalidad es la ventaja competitiva de las empresas”, remarcó para señalar que “la gestión de las emociones es la frontera de la calidad”.
En un mundo tan cambiante como este, la calidad no puede limitarse a la entrega correcta de productos. “La calidad del siglo XXI no es de contratos sino de emociones, no es de clientes sino de personas”, declaró y parafraseó a Ortega y Gasset al decir que “no sabemos qué nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa”. “Son tiempos para la calidad como principio ético”, subrayó como colofón a su interesante y amena charla.
