Para ello se centró en las cuatro revoluciones industriales, arrancando desde la primera que se pasa de un entorno rural a otro urbano con la llegada de la mecanización sin precedentes. La Segunda Revolución representó un salto científico cualitativo con “nuevos y sorprendentes descubrimientos” en el ámbito de la electricidad, del transporte y de la comunicación.
Evolucionando tecnológicamente, llegamos a la Tercera Revolución Industrial, “caracterizada por la computación” y “con los ordenadores damos de nuevo un salto en lo que se refiere a los puestos de trabajo”. Aparecen nuevas profesiones, empleos y talentos. Y adaptaciones sociales. También frustraciones.
“El balance de la tecnología es positivo, pero también nos deja sabores amargos. Pero también dependemos mucho de la tecnología y eso genera frustraciones, destacó Rubio, quien dijo que estos cambios están generando los “nómadas del conocimiento”, es decir, una persona flexible, innovadora, interdisciplinar, de formación continua. Y esa demanda no es casual, sino el fruto de la ola actual, la Cuarta Revolución Industrial, un concepto introducido en 2016 en Davos (Suiza). Es la industria 4.0.
El quid de la cuestión es cómo nos adaptamos porque, citando al futurista Alvin Tofler, “los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender”. Son nuevos esquemas mentales, explicó el directivo de Amelia, relacionados con el crecimiento, la apertura de mente, la creatividad y el inconformismo. Y eso nos lleva a nuevas generaciones que quieren aportar valor y huyen de tareas repetitivas, porque tenemos que “aceptar que viviremos en un entorno en el que nuestros compañeros de trabajo serán máquinas inteligentes”.