En un primer aspecto, José Antonio Llorente remarcó cuatro factores claves: visión, pasión, esfuerzo y enfoque. La visión emprendedora, dijo, es fundamental por el propósito. “Hay que ofrecer algo diferente y mejor”, señaló. Esa promesa de valor relevante hace que la idea tenga salida. El siguiente ingrediente es emocional: la pasión, el ímpetu; una actitud vocacional capaz de resolver obstáculos y dificultades. El esfuerzo, la constancia también funcionan; dedicar todo el tiempo a la compañía y estar dispuesto a dar atención y energía máximas. Y finalmente el enfoque. “Mantuvimos el rumbo del barco”, recordó Llorente. Nada debe distraer la atención al trazado de la ruta y la llegada al destino.
Otro aspecto indicado por el presidente de LLYC está vinculado a la gestión. “¿Cuánto vale lo que hacemos? ¿Y cuánto pedimos a cambio?”, se preguntó refiriéndose al valor de la empresa. “Los negocios necesitan ser sostenibles y los clientes deben permitir ese valor, pero sin perder la promesa de valor y un gran enfoque en calidad y excelencia”.
“En el caso de LLYC las personas son el motor, el producto dicho con todo respeto. Diseñamos una manera de validar el talento y promocionarlo. Somos una compañía que pone a las personas en el centro”, destacó. La consultora tiene un modelo de socios por el que el personal termina participando en las decisiones estratégicas. “Esto ha contribuido a la estabilidad y la continuidad en el management”, agregó Llorente.
El tercer punto hace referencia al entorno flexible y cambiante en que vivimos. Han cambiado muchísimas cosas: teléfonos móviles, Internet… “El proyecto emprendedor debe tener flexibilidad y atención a los cambios”, enfatizó. La actitud debería ser la anticipación a aquellos. Es importante trabajar la “habilidad para dejar de hacer lo que ya no es interesante y asumir desarrollos experimentales.
La creatividad y la tecnología ocupan un lugar destacado en “la mochila de un emprendedor”. “La tecnología es un factor acelerador de enorme transcendencia”, explicó e hizo hincapié en que se debe identificar cuál es la más adecuada para la empresa, pero sin “mirar solo la tecnología en sí misma”. La creatividad, por su parte, es “fundamental”, no entendida como algo “fulgurante” sino como una creatividad diaria en el trato con los clientes.