ENTREVISTA ENVERA

José Luis Fernández, Cátedra Iberdrola de Ética Económica y Empresarial: “Los empleados en España están entre los más satisfechos tras reportar conductas indebidas”

Redacción

ENVERA

La Cátedra de Ética Económica y Empresarial es un foro de reflexión, debate e investigación sobre temas relacionados con la Ética Empresarial, la Responsabilidad Social de la Empresa y la Ciudadanía Empresarial; un punto de encuentro de académicos, empresarios, directivos y otros profesionales interesados en promover el liderazgo ético en las organizaciones, dentro de un contexto de economía global. José Luis Fernández es su director y uno de los grandes referentes internacionales de la deontología y el compromiso social de la empresa.

Enfilamos un 2025 lleno de incertidumbre. Algunos aspectos que llegamos a creer superados se han vuelto a poner en cuestión en nombre de la competitividad: importantes inversores y financiadores ya no están dispuestos a apostar por la sostenibilidad o al menos de una manera tan determinante. ¿Esto en qué posición deja la RSC dentro de las prioridades empresariales?

Tal como yo entiendo la cosa, la RSC y la sostenibilidad -eso sí, probablemente, bajo otras denominaciones- seguirán siendo meta-objetivos imposibles de no atender, para cualquier proyecto económico y empresarial que se diseñe con estrategia lúcida y, sobre todo, si se le supone una orientación con vistas a un futuro más o menos largo; y no, sin embargo, como un simple negocio puntual orientado al cortísimo plazo y a la mera consecución de unos resultados financieros los más elevados posible y por cualquier medio más o menos legal, presentable y legítimo.

Por consiguiente, si, como pienso, entre las condiciones de posibilidad del éxito empresarial a largo plazo, además de un buen modelo de negocio se debiera también contemplar ineludiblemente una estrategia que redunde en la consecución de una plena legitimidad social para el proyecto, la preocupación por la sostenibilidad no podría ser desatendida bajo ningún supuesto.

Invito a quien esto pudiere estar leyendo a que, si quiere, lleve a efecto por su cuenta una especie de experimento mental muy sencillo. A saber: una versión de lo que en Lógica se conoce como argumentación por “reductio ad absurdum”. Veámoslo, llevando el argumento al extremo de tal manera que quede reducido al absurdo: ¿Es razonable pensar que los grandes fondos de inversión, por una parte; e incluso, por otra, que los accionistas minoritarios, esos que tal vez compran y venden por su cuenta valores en bolsa, de pronto hayan decidido que lo que interesa es invertir y arriesgar sus ahorros en proyectos inversores y en empresas que no hayan de resultar “sostenibles”?

Dejemos que cada uno extraiga sus conclusiones. En todo caso, me permito reiterar mi convencimiento de que la RSE y la Sostenibilidad como maneras de orientar la gestión empresarial y la dinámica económica “han venido para quedarse”. Y ahora discúlpeseme a mí el uso explícito de un tan socorrido “mantra”, calco lingüístico del inglés; toda vez que lo acabo de utilizar como manera de ejemplificar y dejar patente aquello contra lo que acabo de poner en guardia al lector. 

¿Hacia dónde nos encaminamos en medio de esta tensión?

Lo que probablemente sí esté ocurriendo es una suerte de reajuste del discurso que, aparte de necesario, acabará resultando positivo para la causa de una empresa más responsable y competitiva, en el marco de una economía al servicio de la sociedad y de la humanidad en su conjunto.

Ciertamente, en la retórica al uso se ha venido abusando desde hace años de determinados conceptos: RSE, Sostenibilidad, ODS, Agenda 2030, e incluso últimamente de los imprescindibles “Criterios ASG” (o ESG, por sus siglas en inglés). Junto a un cierto hartazgo con las demasías y sobreactuaciones marketinianas, que todo nos lo pretenden vender como “verde” y, por supuesto, como “sostenible”, se estaba empezando a correr el riesgo de que la audiencia no sólo desatendiera el mensaje, sino que incluso desconfiara de una tan hiperbólica e increíble narrativa, con el peligro de -como se solía decir- arrojar a la calle al niño junto con el agua de bañarlo.

Eso, que podría acabar constituyendo el paso inmediato para una desafección más preocupante; habría, sin duda, de traer aparejadas consecuencias muy peligrosas para las empresas que abusaran del discurso y, por extensión, para la viabilidad del sistema político-cultural en su conjunto. Como digo, por fortuna, el relato en cuestión parece estar recibiendo una suerte de deflación positiva que, sin duda, acabará resultando doblemente beneficiosa: de una parte, para que los negocios sean viables de cara al futuro; y, a fortiori, para que las empresas se impliquen de veras en la resolución de algunos de los retos que la humanidad en su conjunto tiene planteados en el día de hoy y que merecerían ser identificados como la verdadera misión organizativa.

Una meta no simplemente económica, sino sobre todo teleológica que, orientándose más allá del plazo inmediato, resultaría sin duda digna de convertirse en el verdadero Propósito de la empresa, tras cuya consecución -es decir, a partir del valor social que desde aquél se aportara-, habrían de derivarse legítimos y, probablemente, pingües beneficios financieros.

En todo caso, preciso sería discernir muy bien la índole última del proceso de negocio y poner en práctica una estrategia y un diseño organizacional a la altura, no sólo de las demandas económicas, sino también de las expectativas que con respecto a la empresa como agente socioeconómico y ciudadano corporativo mantiene la sociedad.

Que vivimos en una sociedad global polarizada es algo cada día más preocupante. ¿Cree que la política también ha corrompido conceptos como el de sostenibilidad? Hay voces que apuntan incluso a un cambio de nombre como salvación de lo que su preservación y crecimiento significan para todos.

La política no creo que haya corrompido absolutamente el concepto de Sostenibilidad. Eso sí, algunos políticos oportunistas han tirado por esa vía, emulando en este proceder a tanto “vendedor” de humo, escasos de recursos argumentales serios que proliferaron hasta la saciedad a la hora de montar campañas publicitarias con el briefing de lo sostenible. Pero eso debiéramos tenerlo convenientemente “descontado” y habría de servir al ciudadano -medianamente informado y razonablemente crítico- como piedra de toque para calibrar los quilates de seriedad y rigor de quienes tantas veces hablan por boca de ganso, muchas de ellas sin saber lo que dicen y tomando en vano términos y conceptos que merecería un cierto respeto.

A este respecto, sugiero que el lector interesado busque en Google la siguiente expresión: “cambio del clima climático”. Probablemente, salvo que hayan conseguido borrar del cíber espacio, encontrará a un honorable ministro del Reino de España, perorando y perdiendo toda la credibilidad posible, precisamente por entrar en un jardín que le resultaba ignoto y acabó convirtiéndosele en laberinto para el que no tenía ni hilo ni Ariadna a la que pedir ayuda.

Por lo demás, quienes nos venimos ocupando profesionalmente de reflexionar, escribir y concienciar a los gestores -directivos, empresarios, miembros de los consejos de administración, políticos, responsables de la administración pública y autoridades en general- acerca de la conveniencia de llevar a efecto una buena gestión económica y empresarial, como condición previa para el progreso de la sociedad -algo que no equivale exactamente a un mero crecimiento económico, sobre todo cuando se produce “a cualquier precio” y a toda costa-; digo que -como es mi caso- quienes venimos ocupándonos de estos asuntos desde hace ya más de tres décadas y media, bien cumplidas, hemos asistido a una evolución terminológico-conceptual que, probablemente, debería encontrar nuevas formulaciones.

De la “Deontología Empresarial” a la que se apelaba a finales de los años 80 del pasado siglo, pasamos a hablar de “Valores y de Ética en los Negocios”, al hilo de la emergencia de la Business Ethics, respuesta institucional y de las Business Schools norteamericanas al rosario de escándalos y malas prácticas de aquellos años del yuppismo y de la Hoguera de las Vanidades. La entrada en escena y la adaptación a nuestro contexto lingüístico-cultural del fenómeno de la Corporate Social Responsibility, acabó conociendo entre nosotros la fórmula de Responsabilidad Social de la Empresa y sus variantes -RSE, Responsabilidad Social Corporativa, Responsabilidad Social Empresarial-. Como es sabido, en su momento -allá por el año 2015- se hubo de desenterrar el concepto de “Desarrollo Sostenible”, aparcado desde mediados de los años 80; y a la espera de su Kairós. Éste le hubo de llegar cuando se relanzaron, remozados, los ya obsoletos Objetivos del Milenio, bajo la nueva denominación de Objetivos del Desarrollo Sostenible -ODS-, en el marco de la denominada Agenda 2030.

La mutación más reciente es, como sabemos, la que apela a la triple referencia de principios y criterios Ambientales, Sociales y de Gobernanza… Entre ellos, la palma se la está llevando la A, teñida de color verde -E, en el formato inglés-; siendo así que la que, en mi opinión, habría de liderar el proceso a partir de ahora y, al menos, durante algunos años, habría de ser la G… Sugiero permanecer atentos a la evolución de estos asuntos y ver si, efectivamente, se produce una nueva acuñación terminológica. Porque, aunque los nombres varíen, lo esencial permanece y habrá de seguir siendo tomado en serio por parte de los auténticos líderes en sus tomas de decisiones.

Lo que algunos han calificado como “Tsunami regulatorio”, refiriéndose a las exigencias legales que a las empresas se les viene encima para que den cuenta del modo como atienden los aspectos conexos con la Sostenibilidad puede ser un aliciente para que acabe formando parte del business as usual una sincera preocupación por el largo plazo, los aspectos sociales y el respecto al medio ambiente. Sin embargo, un exceso imprudente, un celo indiscreto, podría redundar en lo contrario. Urge, pues, prudencia política, voluntad moral y sólidos valores éticos, apalancados en unos previos valores económicos bien articulados. No hacerlo bien equivaldría a desaprovechar una oportunidad de oro para mejorar la vida y humanizarla un poco más.

Uno de los valores de la cátedra que dirige es el compromiso social con la tarea de construir una sociedad más fraterna, justa y sostenible en términos socioeconómicos, medioambientales y sociales. Desde el fin de la pandemia hasta hoy, ¿cuál ha sido la evolución de esa “fraternidad” por la que trabajan?

Desde la clave de compresión que vengo proponiendo, no puedo sino considerar la circunstancia que nos toca vivir, entre otras cosas, como una afortunada oportunidad para que, quienes dirigen estratégicamente las empresas y organizaciones consigan articular una narrativa creíble, a partir de la que acabe configurándose una empresa responsable en el marco de una economía sostenible. Esto es, unas iniciativas económicas respetuosas con el medio ambiente y la creación que a los seres humanos nos toca administrar -y, por supuesto, nunca esquilmar-; y que, con ello, estarían orientándose al servicio del Bien Común, que se sustanciarían en impactos tangibles e incluso cuantificables y medibles; en aspectos relativos al desarrollo de las sociedades y al florecimiento humano integral; es decir, de toda la persona y de todas las personas.

También la IA ha impactado de lleno en el escenario económico sembrando de dudas éticas, miedos laborales y personales donde a veces no sólo nos cuesta vislumbrar un futuro muy cercano, sino siquiera lo que es verdad de lo que no lo es. Todo se relativiza y la certeza se licua.

Tomar conciencia de esta situación es el primer paso para desenmascarar el relato de los que afirman que estamos viviendo en el mundo de la post-verdad. La paradoja estaría en tener que, de una parte, negar la existencia de la verdad, a excepción de que, por otro lado, hubiéramos de reconocer como tal y única verdad, la proposición que afirmare la inexistencia de ninguna otra verdad más que la que, de manera arbitraria se afirmara como axiomáticamente incontrovertible.

Con la voluntad de no desistir de una epistemología rigurosa, bien asentada en los primeros principios de una sana Metafísica -Identidad, No-contradicción, Tercio Excluso…- y en las consecuencias del Cálculo Lógico, cabría aprovechar la coyuntura y conseguir utilizar a favor de obra humana los fascinantes y formidables medios que la digitalización y el desarrollo de IA pone a nuestra disposición para seguir construyendo un mundo a la altura de la persona.

Nótese el doble adjetivo que acabo de mentar refiriéndome a la digitalización y al desarrollo de la Inteligencia Artificial: hablé con toda intención de que este proceso resulta, al propio tiempo, “fascinante” y “formidable”. Y así lo creo: es cosa de maravillarse, ilusiona y fascina comprobar cómo en el día de hoy cualquiera está en condiciones de sacarle un partido impresionante a la tecnología y hacer cosas que hasta hace semanas parecían ensoñaciones y ciencia-ficción. Ahora bien, no es menos cierto que ello resulta, al propio tiempo, formidable. Considerando que el término latino formido hace referencia a un campo semántico relacionado con el miedo, no otra cosa cabría sentir si consideramos que los avances tecnológicos pudieran acabar llegando a las manos inadecuadas y, en consecuencia, ser puestos al servicio del mal. Siendo ello así, la dimensión ética de la digitalización y del desarrollo y el despliegue de la IA resulta elemento inesquivable, en aras a la sostenibilidad del propio fenómeno humano en su conjunto.

Una triple tesis debiera ser atendida: que, de una parte, todo el desarrollo tecnológico y el despliegue de la IA es un producto humano; que, como tal, constituye una realidad objetiva y ambivalente, en función del uso que se le pudiere acabar dando; y, en tercer lugar, que todo ello es, sin duda, capaz de producir humanidad… El corolario está servido: ¡pongamos manos a la obra y, desde la ética, orientemos el desarrollo tecnológico a favor de lo humano!

Hablemos de España. ¿Qué indica el termómetro ético del sector empresarial y financiero español en un momento donde la medición del impacto es ya una herramienta imprescindible?

Nuestra Cátedra participó hace unos meses en un proyecto titulado Ethics at Work. Éramos el socio español de una investigación internacional, liderada por el Institute of Business Ethics de Londres. Como síntesis, en el caso de España, las opiniones de los empleados encuestados sobre la ética en el trabajo han mejorado en algunos aspectos importantes en comparación con 2021. Por ejemplo, en España, los empleados son más conscientes que en 2021 de cada uno de los cuatro pilares de un programa de ética. Los empleados en España también fueron más propensos a reportar conductas indebidas en 2024 en comparación con 2021. De los 16 países encuestados, los empleados en España están entre los más satisfechos con el resultado después de reportar conductas indebidas y son los menos propensos a experimentar represalias después de hablar.

¿Los principales retos a alcanzar para una ética económica y empresarial más sólida?

Hay que insistir en lo básico: en la libertad de acción y en la tarea compartida de transformar el mundo hacia cotas más altas de eficiencia y equidad. Y más en concreto: en la justicia social; el respeto a la persona humana y su dignidad; la búsqueda del Bien Común nacional y global; y la apuesta decidida por una tabla de valores bien discernida y adecuadamente articulada.

Desde un trasfondo teórico como el que se sugiere en el anterior párrafo, cabe pensar en la posibilidad de un verdadero progreso, un auténtico desarrollo, un avance en humanidad. Esos, en definitiva, podrían ser los objetivos hacia los que dirigir nuestros esfuerzos, cada uno desde el punto y el contexto en el que le toque operar como profesional, ciudadano y, sobre todo, como persona, llamada a desarrollarse y a avanzar en la tarea moral. Es decir, en el proceso, nunca del todo saturable, a la hora de configurarse como ser humano y hacerlo de la mejor manera posible.

Usted ha conocido todo tipo de realidades desde una universidad que aporta mucho y buen talento a las compañías, su mayor capital. Muchos de los alumnos están llamados a ser importantes tomadores de decisiones económicas y políticas. ¿Cuál es la foto de inicio para esta singladura 2025 y qué espera del año nuevo?

Tengo absoluta confianza en nuestra Universidad y en el estilo propio que la caracteriza; a saber, el de la Compañía de Jesús: institución varias veces centenaria en el ámbito de la docencia, transmisora de un patrimonio humano y religioso del que cabe seguir esperando muchos frutos cara al futuro. Y ello, tanto por lo que tiene que ver con los alumnos que se forman en sus aulas y que, como egresados, serán profesionales capaces de aportar un reconocido buen hacer; ciudadanos comprometidos con la búsqueda de la justicia e implicados en la humanización de la vida. Por lo demás, el estímulo que la fe católica aporta y que se explicita de manera abierta en el marco institucional que Comillas representa, contribuye a estimular cauces de colaboración con la cultura y a seguir buscando la Verdad: En ello radica el quehacer propiamente universitario, tanto en la dimensión docente y transmisora del conocimiento, cuanto en las actividades investigadoras orientadas a descubrir nuevos saberes. Por lo demás, el factor humano discente y docente es muy bueno; el liderazgo de quienes pilotan el proyecto resulta muy digno de confianza; la motivación para superarse y, sin ansiedades impertinentes de ningún tipo, aspirar a más -el famoso magis jesuita- forma parte de la cultura y del proceso de socialización en el que nos insertamos alumnos y profesores. Con estos elementos no cabe sino sentirse optimista y francamente ilusionado de cara al futuro.

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