Hoy, doce meses después, la industria valenciana no solo hace balance de pérdidas, sino también de aprendizajes. Lo ocurrido no fue un simple episodio meteorológico: fue un punto de inflexión para un sector que tuvo que demostrar, bajo el agua y el barro, hasta qué punto la cooperación, la agilidad y la innovación son sus mejores defensas frente al cambio climático.
El golpe inicial: la maquinaria parada y el barro en los talleres
Las primeras horas tras la DANA fueron caóticas. Los polígonos de Catarroja, Paiporta, Ribarroja o Almussafes amanecieron bajo el agua. Las líneas eléctricas cayeron, los sistemas de bombeo colapsaron y centenares de empresas vieron cómo su maquinaria pesada quedaba inutilizada. Según el balance posterior de Femeval (Federación Empresarial Metalúrgica Valenciana), más de un millar de empresas de la llamada “zona cero” sufrieron daños directos en sus instalaciones, muchas de ellas pequeñas y medianas compañías proveedoras del sector automotriz o metalmecánico.
Vicente Lafuente, presidente de Femeval, recuerda aquellos días como una lección de coordinación industrial sin precedentes: “Nuestro sector está afectado como otros, ni más ni menos, pero lo que nos distingue es nuestra transversalidad. Desde el minuto cero nos volcamos no solo en ayudar a nuestras empresas, sino a todas las demás, porque el metal es un engranaje esencial de toda la economía productiva”.
El impacto sobre los talleres fue especialmente duro. Según Fevauto, la Asociación de Talleres de Reparación de Vehículos de la Provincia de Valencia, la mayoría de sus asociados no solo sufrieron pérdidas materiales, sino que tuvieron que reconvertirse en improvisados equipos de rescate mecánico. Muchos mecánicos acudieron con sus furgones adaptados para atender maquinaria de limpieza, vehículos bloqueados o generadores de emergencia. En medio del caos, la consigna fue clara: mantener en marcha, a toda costa, el corazón técnico de la recuperación.

En los distintos sectores industriales, el avance en este año ha sido significativo: la química alcanza el 99% de recuperación, en la madera y el mueble el 90%, en la agroalimentación también el 90% en las grandes empresas, con cierres del 10% al 20% en las pymes de menor tamaño, y en el metal la recuperación es del 80% en actividad y del 95% en empleo. Estos son datos del análisis de CEV, pero el informe realizado por la Cámara de Comercio de Valencia refleja que las empresas industriales están activas en un 80%, si bien no todas lo están al cien por cien, ya que la reposición de elementos de construcción y de maquinaria no se ha realizado completamente. La pérdida de stocks y mercancías también lastra la actividad industrial.
El “Ejército del Metal”: cuando la industria se organiza como protección civil
La respuesta del sector industrial valenciano fue tan inmediata como ejemplar. En cuestión de horas, Femeval activó un gabinete de crisis y el correo de emergencia ayuda@femeval.es. A través de ese canal se coordinaron más de mil empresas asociadas, se recibieron solicitudes de auxilio y se organizaron equipos mixtos de técnicos y operarios para atender urgencias en los municipios más castigados.
De esa movilización surgió lo que la prensa pronto bautizó como el Ejército del Metal: una red de empresas, asociaciones y profesionales de sectores tan diversos como la electricidad, la fontanería, la energía, la ferretería y la automoción, que actuaron de manera sincronizada para restablecer los servicios básicos. Aselec y Aseif, las asociaciones de instaladores eléctricos y de fontanería respectivamente, desplegaron a más de 140 profesionales que, de forma voluntaria, trabajaron día y noche para devolver la luz, el agua y el gas a miles de hogares y naves industriales.
Paralelamente, Acofer, la asociación de comerciantes de ferretería, mantuvo sus almacenes abiertos durante jornadas ininterrumpidas, distribuyendo bombas de achique, grupos electrógenos, botas de agua, guantes y herramientas básicas a los equipos que trabajaban en el terreno. En muchos casos, los pedidos llegaban escoltados por vehículos de policía, en una escena que mezclaba solidaridad y supervivencia industrial.
El esfuerzo no se limitó al ámbito local. Las federaciones del metal de toda España respondieron al llamamiento de Femeval enviando material, maquinaria pesada y suministros. Desde Galicia hasta Castilla y León, empresas del metal pusieron sus recursos al servicio de la recuperación valenciana, demostrando una vez más que la red industrial española, cuando se coordina, es también una red de apoyo mutuo.
Más allá de la imagen de calles inundadas y fábricas anegadas, la DANA dejó un daño más silencioso, pero igual de devastador: el deterioro del patrimonio productivo. Según datos de Carfax, más de 140.000 vehículos se vieron afectados directamente, el 85% de ellos declarados siniestro total. De todos los coches dados de baja ese día en España, más de la mitad se concentraron en la Comunidad Valenciana.

El 94% de esos vehículos nunca volvió a circular. Y aunque unos 3.400 fueron reparados y reincorporados, la mayoría quedó fuera del sistema productivo, afectando a la movilidad logística y al transporte de mercancías. Muchos eran furgonetas, camiones ligeros o vehículos de trabajo, esenciales para talleres, instaladores o distribuidores. Su pérdida, unida a la de maquinaria dañada por el agua, supuso un parón logístico y económico difícil de cuantificar.
Pero el mayor riesgo no fue solo económico. Los expertos de Carfax alertaron entonces sobre los peligros de los vehículos inundados que regresan al mercado sin un historial claro: corrosión interna, fallos eléctricos, sistemas de seguridad comprometidos. En un contexto de reconstrucción acelerada, esa advertencia se convirtió en una llamada a la transparencia y a la trazabilidad dentro del propio sector automotriz.
Durante los meses posteriores al desastre, la relación entre la industria y la administración pública vivió una inusual sintonía. Femeval participó en múltiples mesas de trabajo con ayuntamientos, la Generalitat y el Gobierno central. Se firmaron tres contratos de emergencia con la Conselleria de Innovación, Industria, Comercio y Turismo, que permitieron revisar y reponer el suministro eléctrico en más de 29.000 hogares. Se elaboró un documento de medidas específicas para la recuperación del sector metal, y se gestionaron expedientes de ERTE y ayudas económicas a través del Instituto Valenciano de Finanzas y del ICO, solicitando flexibilidad en las condiciones de financiación.
La movilización también fue económica. A través de la Fundación CEOE se recaudaron cerca de 87.000 euros destinados a empresas del metal afectadas, estableciendo bonos en función del grado de daño sufrido. Pero más importante que la cifra fue el espíritu de cooperación que se consolidó: la conciencia de que el futuro industrial valenciano dependerá tanto de la capacidad productiva como de la resiliencia ante los fenómenos extremos.
“Aprendimos que no basta con tener infraestructuras sólidas; necesitamos protocolos de respuesta rápida, digitalización de la gestión de emergencias y alianzas estables entre empresas y administración”, explica Lafuente. “La DANA fue un test de estrés climático y logístico, y lo superamos con una nota que solo puede darse cuando el sector trabaja unido”.
La nueva normalidad industrial
Un año después, el sector industrial valenciano ha recuperado buena parte de su actividad, pero no su normalidad anterior. La DANA marcó un antes y un después en la cultura empresarial de la región. Muchas pymes han incorporado planes de contingencia frente a catástrofes naturales, han revisado sus seguros, han instalado sistemas de respaldo energético y han digitalizado su comunicación con proveedores y clientes.

La propia Femeval mantiene un canal activo de información sobre prevención, gestión de residuos y seguridad laboral en emergencias. Los datos de su memoria de sostenibilidad 2024 reflejan no solo la recuperación, sino también un crecimiento: más de 3.300 empresas asociadas, un 2% más que el año anterior, y un 98% de satisfacción entre ellas. La organización se ha convertido, en la práctica, en una pieza esencial del sistema de protección civil industrial valenciano.
A su manera, la DANA dejó una herencia inesperada: una industria más cohesionada, consciente de su papel social y más preparada para convivir con un clima cada vez más impredecible. En palabras de uno de los empresarios de Picanya que vio su nave arrasada por el agua, “la DANA nos quitó máquinas, pero nos devolvió comunidad”.

