“¿Y contáis con alguna actividad en la que podamos plantar árboles con vosotros?”, es la letanía a las ONG, sea su misión la que sea. Es la fiebre de las plantaciones que vuelve locas a las compañías de todo el mundo. Para hacernos una idea de las dimensiones de esta tendencia bastan los datos del mercado obligatorio o regulado del carbono, en el que las empresas compran bonos para compensar sus emisiones de CO2, y que sólo en Europa movió durante el año pasado 865.000 millones de euros, según un informe de London Stock Exchange Group, mientras que los mercados voluntarios o libres del carbono se hicieron con 723 millones de euros (informe de Xpansiv). Bonos sustentados en gran medida en plantaciones arbóreas que se mueven en mercados opacos y por ello cuestionados: según The Guardian y el medio alemán Die Zeit, más del 90% de los bonos de carbono vendidos por Verra, uno de los principales operadores de este sector, serían en realidad “créditos fantasma” y no proyectos para reforestar la selva tropical que se promete.
Otras veces, hubiera sido mejor que este afán por plantar árboles se hubiera quedado en nada, como confiesan expertos científicos: el fabuloso proyecto Grain for Green, en el que el gobierno de Pekín lleva gastados 66.000 millones de dólares desde 1999 para la reforestación de amplias regiones del país, ha optado por especies no autóctonas y de crecimiento rápido, lo que ha originado una preocupante escasez de agua, grandes superficies de cultivo destruidas y el consiguiente abandono de las tierras por los campesinos, provocando la pérdida del 7 por ciento de sus bosques naturales.
¿Y qué pasa en España? Gran parte de las empresas del selectivo Ibex 35 participan en reforestaciones con las que compensar su huella de carbono, proyectos que en muchos casos son puestos en tela de juicio por autoridades como el decano del Colegio de Ingenieros de Montes, Eduardo Rojas, que también es presidente de PEFC-Internacional (organización mundial de certificación forestal), quien en unas declaraciones que recoge la agencia EFE asegura que, “aunque reforestar es positivo, el modelo que se intuye comporta riesgos, entre otros, que se reforeste donde no procede o que se abandonen los bosques ya existentes, penalizando los territorios más forestales y ocasionando grandes incendios que en el medio plazo también acabarán afectando a las nuevas plantaciones”.
A juicio de Rojas, la ausencia de una planificación integrada hace que a veces se reforeste en lugares inviables o donde es contraproducente y enfatiza que este tipo de proyectos “deberían incluir, entre otras cuestiones, dirección de obra, ser supervisados por un especialista forestal que calcule el secuestro de CO2 estimado y contar con un seguro para el caso de que no se cumplan las expectativas de captación de emisiones”.
Otras cuestiones a mejorar, para no convertir estas acciones en un mero paripé, sería, en opinión del presidente de los ingenieros de montes, incorporar la obligación de mantenimiento durante 40 años de las superficies repobladas o impulsar la plantación de árboles en terrenos agrícolas para aumentar su capacidad de secuestro de CO2.
Pero nada se detiene, ni siquiera para reflexionar, ante este mercado de árboles al alza. La Unión Europea ha marcado como objetivo plantar3.000 millones de árboles hasta 2030, mientras el Foro Económico Mundial multiplica su apuesta hasta el billón. Un negocio multimillonario para maquillar en muchos casos la huella de carbono de gobiernos, empresas y consumidores que cuestionan científicos expertos en la materia: el propio Tom Crowter, líder del grupo de científicos de la ETH –Escuela Politécnica Federal de Zúrich- que en 2019 dijo al mundo desde la revista Science que la plantación en masa de un billón de árboles es una de las estrategias más efectivas para paliar la crisis climática y que detonó esta fiebre de la reforestación que hoy recorre el mundo, ahora se lleva las manos a la cabeza.
La suya fue una idea perfecta para empresas y Gobiernos sometidos cada vez a mayor presión para reducir la huella de carbono y que vieron en ello la solución para mediante un mercado de certificaciones compensar y limpiar sus balances. Hoy Crowter lamenta, como ha recogido el influyente semanario alemán Der Spiegel, que “nunca pretendimos que se plantara un billón de árboles, lo comunicamos mal y debimos explicarlo mejor”. Pero el caos ya está funcionando y el descontrolado furor no para de crecer.
Plantar árboles es barato y la venta de estas reforestaciones fácil por los departamentos de marketing y sostenibilidad de las empresas. Pero, ¿quién garantiza el mantenimiento de esos bosques en ciernes? Estamos ante el greenwashing o treewashing, como ya se conoce a esta práctica de lavado de imagen, basada en el principio de “quien contamina paga”. O mejor, quien contamina planta y lo hace de manera compulsiva, miles de millones de árboles, la mayoría de los cuales jamás llegarán a crecer y a devorar la temible huella de carbono que amenaza al planeta.