La empresa es “moderna, pero con raíces en la tierra; orientada al presente y al futuro”, subrayó el ponente de la IX edición de los iTALKS. La tarea de crear un negocio como éste “no es fácil. Una bodega exige mucha calidad y control. Lleva un tiempo hacer el mejor vino”, añadió Moro, ingeniero agrónomo con un máster en Enología y Viticultura y estudios de economía de empresa.
El primer reconocimiento internacional se produjo en 1995 cuando la bodega recibió la Gran Medalla de Oro que anualmente concede la Unión Internacional de Enólogos y la Oficina Internacional de la Viña y el Vino.
Decidió reducir la producción de Matarromera, en Valbuena de Duero, para hacerla aún más exclusiva, y abrió otras ocho bodegas repartidas por seis Denominaciones de Origen (Ribero del Duero, Rioja, Rueda, Toro, Cigales y Ribeiro), apostando por “la máxima tecnología aplicada de forma sostenible e incorporando conceptos de investigación”, remarcó Carlos Moro.
Uno de los sellos de la marca es la innovación. Y uno de los hitos fue la apertura de las bodegas Emina, un centro enológico revolucionario, cuyo desarrollo sostenible fue pionero en el mundo, al reciclar todo y producir más energía que la que consume. Otro punto novedoso fue la desconstrucción de los componentes del vino, bajando su graduación alcohólica, hasta producir vinos sin alcohol.
El afán creativo no se detiene y también se aplica al comercio electrónico, el IoT en el control de la energía o en la producción de levaduras que tienen patentadas.
“Ya calculamos la huella ecológica de nuestros vinos. Y ese espíritu se mantiene, con el control del agua y de la energía”, concluyó el presidente de Bodegas Familiares Matarromera.
